Historias de Horror

Cuentos de terror del escritor panameño Enrique Ceballos

Un doctor recibe una llamada que parece salida de un cuento de terror.

Anel González, uno de los mejores doctores que habían en aquella ciudad, era además, padre de una jovencita de 14 años que ya cursaba la secundaria en un excelente colegio, el cual Anel se podía permitir lujo de pagar, ya que no solo atendía en su consultorio, sino que también hacía visitas a domicilio.

Una mañana, luego de despedir a su hija con un beso en la frente rumbo al colegio, Anel se disponía a prepararse para salir a su consultorio, pero fue entonces cuando recibió la llamada desesperada de una mujer que apenas si podía articular las palabras, sin embargo, esto no le impedía a Anel entender que aquella persona, realmente estaba en problemas, eso, y los gritos aterradores que se escuchaban en el fondo.

-Señora!…Señora!…cálmese…que le sucede, que son esos gritos? -preguntó Anel algo nervioso.

-Mi nombre es Gabriela…y….y…necesito que venga a mi dirección, mi hijo está enfermo, enloquecido, apresúrese por favor….VENGA! -terminó diciendo Gabriela, le dió la dirección a Anel, y colgó abruptamente.

Anel se apresuró en llegar a dicho lugar, sin imaginarse que era lo que sucedía, luego de casi una hora de manejo, se encontró frente a una casa de clase media, algo alejada, pero todo parecía normal, se bajó del auto, se acercó a la puerta y tocó el timbre, unos segundos pasaron , y aparentaba haber un silencio sepulcral dentro de la casa, nada parecido a lo que se había escuchado por el teléfono anteriormente.

Al entrar, todo estaba en desorden, era claro que una pelea, o algún tipo de violencia había ocurrido, fue entonces cuando Anel dio unos cuantos pasos más, para luego ser derribado de improvisto por la señora Gabriela, quien se encontraba en un estado de shock total, lágrimas corrian por su rostro, temblaba no sólo de miedo, sino también por una enorme herida que tenía en la cabeza, que amenazaba con terminar con su vida.

-Pero…que le ha pasado?…su hijo la atacó?

Gabriela parecía estar muriendo, pero antes le explicó a Anel lo que estaba pasando con su hijo, ella le contó que una tarde el regresó de la calle, usando una extraña pulsera de color negro, que tenía unos escritos muy raros, y que se la había obsequiado un hombre de contextura delgada, piel pálida, pero con una sonrisa muy amigable en su rostro, y que a partir de ese momento, toda su personalidad cambió, paso de ser un chico obediente y bien portado, a un ser violento, del cual muy poco quedaba ya de aquel joven, Gabriela terminando ya su relato, con las pocas fuerzas que le quedaban para poder contarle a Anel, le informó que su hijo se encontraba encerrado en su habitación, que por favor tratara de curarlo, luego de esto, Gabriela murió por las heridas.

Anel, estaba nervioso, intentó levantar el teléfono para llamar a la policía, pero un alarido proveniente del cuarto del joven, tan espeluznante que le congeló la sangre, lo hizo dirigirse hacia allá, casi como hipnotizado, sin poder controlar su cuerpo, al estar parado frente a la puerta de la habitación, Anel no tenía el valor de llamar, ni entrar, y mientras decidía que hacer, un líquido de color verde oscuro salía por debajo de la puerta, ensuciando sus zapatos, esta nueva situación perturbó aún más a Anel, asi que sólo se agachó un poco para mirar por la cerradura, y tratar de ver que le pasaba al joven dentro de la habitación.ía

Al observar, Anel podía ver claramente la cama que tenía algunas manchas de sangre, luego giró un poco su cuello, para tener mayor ángulo de visión, y fue entonces cuando vio el rostro deformado de aquel joven, sus ojos eran de un amarillo brillante, y lo que debía ser lo blanco, era de color rojo, aquel líquido verde oscuro estaba saliendo de su boca sin parar, y los sonidos que salían de su boca, no eran diferentes a los chillidos que hacen los puercos, y algo más, en su brazo, aún llevaba aquella rara pulsera negra. Anel se dio cuenta de que esto no era algo con lo que el pudiera lidiar, todas sus creencias religiosas que hace años había decidido olvidar por su profesión, regresaron de golpe a su memoria.

Aquel joven, comenzó a golpear la puerta y las paredes del cuarto con sus puños, sus piernas, e incluso su cabeza, no parecía dolerle, pero sí se estaba quebrando los huesos y su cráneo con cada golpe, Anel retrocedió, bajó las escaleras apresuradamente levantando los pies para no pisar el cadáver de Gabriela, corrió a su auto y se que disparado de aquel lugar, tal vez sabiendo que en aquella casa, posiblemente un sacerdote pueda hacer más que un doctor.

Anel regresó a casa, con la única intención de olvidar por todo lo que había pasado ese macabro día, estaba sudado, sucio y cansado, pero si hay algo que podía hacerlo sentir mejor, eso era la voz de su hija, quien le daba la bienvenida desde su habitación, al escuchar que ya estaba en casa.

-Papá, me alegra que estés de vuelta, sube, estoy en mi habitación, quiero mostrarte algo.

Anel, aún un poco traumado por lo sucedido, no quería que su hija se diera cuenta de lo que le había ocurrido, asi que subió a saludarla, forzando una sonrisa en su rostro, abrió suavemente la puerta y allí estaba su hija.

-Hola hija, como te fue hoy en el colegio?

-Muy bien papá, y además de regreso a casa me regalaron esta hermosa pulsera negra, con una frase en algún idioma raro, mírala que bonita es.

Anel reaccionó airadamente, no pudo contener su alarma al ver una pulsera exactamente igual a la que tenía aquel endemoniado muchacho, su corazón palpitaba tan rápido que sintió que se salía, y cuestionó a su hija

-Dime quién te dio esa pulsera…fue acaso un hombre delgado, de piel pálida?

Su hija algo nerviosa y extrañada por la actitud temerosa de su padre, procedió a responderle.

-No…no papá, me regaló una anciana solitaria…

Anel estaba confundido, pues no concordaba con la descripción de aquel otro hombre, su mente estaba llena de pensamientos, sin decirle más a su hija, le dio la espalda y se fue a lavarse, mientras su hija lo miraba, y cerraba lentamente la puerta de su habitación, no sin antes darle un último detalle a su padre, ya con una actitud fría en sus palabras, como si su humor hubiera cambiado.

-Sí papá, una anciana solitaria, de piel pálida, y sonrisa muy amable en su rostro.

 

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